Primeros viajes. España

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Space Oddity

El viaje comenzaba cuando mi padre encajaba como podía las maletas, las bolsas de la playa, las sillas y la mesa plegables, la sombrilla y la nevera en el pequeño maletero del 850 que seguro nos iba a dejar tirados un par de veces antes de llegar a la playa de turno que tocara aquel verano. Luego nos acomodábamos dentro, mi madre detrás para poner paz entre mi hermano mediano y yo, y mi hermano mayor delante, haciendo de copiloto de mi padre, que antes de llevar cien kilómetros y, todavía bajo los cielos castellanos, nos había amenazado ya un par de veces con darse la vuelta si no parábamos de pegarnos. Nos montábamos en el coche y empezaba una batalla continua de patadas en la espinilla, collejas y codazos que era lo único que se podía hacer en tan poco espacio. Esa era una de las guerras que se libraba en el coche y la única en la que mi hermano y yo participábamos. La otra, mucho más violenta y sutil la libraban «los mayores» y tenía comienzo nada más arrancar el coche. Mi padre escuchaba Demis Roussos, mi madre Raphael y mi hermano rock sinfónico. La jerarquía imponía que fuera Demis Roussos el responsable de que todos los amaneceres de mi infancia camino a la costa española tengan la melodía del triki-triki-triki-triki-triki-triki-tri. Mi padre conducía esa primera parte sumido en un trance que sólo rompía con sus amenazas dirigidas a nosotros, canturreando un griego inventado mientras mi madre dormía y mi hermano permanecía asqueado y meditabundo con el mapa de España abierto sobre las rodillas.

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Normalmente, mi madre se despertaba a la hora de camino y entonces empezaba la guerra:
– Valentín, déjanos ya de la música esa y pon mi cinta de Raphael.
Mi hermano salía del sopor que precedía al amanecer y protestaba:
– Ni hablar. No hay quien aguante esta música, y siempre la misma, aunque sólo sea por la música que no la aguanto no vuelvo de veraneo con vosotros.
Mi  hermano mediano canturreaba en tono de burla imitando a Raphael:
–  Yo soy aquel que todas las noches te persiiiiigue-e-e-e-e,   yo soy aquel que por quererte ya no viiiive-e-e-e-e . . .
Mi madre entonces le daba un sopapo y le mandaba callar, mi hermano mediano se quejaba hasta que mi padre sentenciaba:
– Al único, al único -y alzaba la voz- que aguanto de todos vosotros es a Demis.
Le llamaba siempre por su nombre de pila, como si le conociera de algo. Nosotros, sabiendo la que se avecinaba habíamos dejado de pegarnos y nos manteníamos quietos y a la escucha.
– Deja de decir tonterías Valentín, por favor, qué van a pensar los niños. Niños -y movía su cabeza en nuestra dirección- no hagáis caso de lo que dice vuestro padre. Joaquín -le ordenaba a mi hermano mayor-, haz el favor de poner a Raphael.-
– De eso nada, hasta que no se acabe la cinta de Demis, el cantamañanas de Raphael que se joda.
– Valentín, no digas palabrotas delante de lo niños. Desde luego, no hay quien . . .
– A callar, que no me dejáis escuchar… mon amour…
– ¡Valentín, nos hemos dejado las chanclas y el bronceador!
– Y qué quieres, ¿qué dé la vuelta? Joaquín saca la cinta y rebobínala que tu madre no me está dejando escuchar a Demis.-
Mi hermano sacaba la cinta y la rebobinaba a mano con un boli bic porque si no el casete se comía la cinta y entonces aquello podía terminar en  tragedia. Mientras tanto, mi madre murmuraba:
– Egoísta qué egoísta, pues si que empezamos bien las vacaciones, siempre lo que el señorito quiera, desde luego esto . . .- y mi padre la interrumpía:
– Mira Fermina -y le llamaba FERMINA a mi madre que era una de las cosas que ella más odiaba- no me toques los . . . las narices y déjame conducir en paz, que todavía quedan muchas horas por delante. Anda, Joaquín, ponle a tu madre al cantamañanas a ver si así se calla de una vez.
Sólo daba tiempo de escuchar una cara porque entonces -como si Demis, con todo su volumen y peso, viajara con nosotros y quisiera vengarse- el coche se calentaba, se paraba y nos dejaba tirados a veces por más tiempo de lo que la frágil paciencia de mis padres aguantaba. Mi padre entraba en cólera. Mi madre lloriqueaba. Mi hermano aprovechaba para fumar. Nosotros seguíamos peleándonos durante el tiempo en que mi padre revisaba el motor, le ponía agua al radiador y con suerte el coche arrancaba y seguíamos el viaje. Era entonces el turno de mi hermano que, una vez al volante, se convertía en dueño absoluto de la situación. Lo primero que hacía era fulminarnos con la mirada a mi hermano y a mí, que enmudecíamos hasta que nos quedábamos medio dormidos. Después se dirigía a mi madre y le soltaba:-
– Mamá,  bastante Raphael y Julio Iglesias escuchamos ya en casa como para tener que aguantarlos con la que está cayendo.-

Para entonces el sol abrasaba e íbamos todos sudados, nuestros cuerpos pegados los unos con los otros, las migas del bocadillo picando nuestros muslos, mi madre nos habría dicho: -¡Niños no manchéis nada!
Como si fuera tan fácil no tirar ni una miga en tan poco espacio.
Mi hermano mayor, el muy pelota y conocedor de la respuesta preguntaba entonces:
– Papá, ¿te importa si pongo yo algo de mi música?
Mi padre respondía con un poco convincente -Haz lo que  quieras.- Y mi hermano nos torturaba con algo de Génesis o Pink Floyd, y yo podía ver cómo la cápsula del Major Tom,  caía hasta casi estrellarse en el desierto almeriense, los Monegros aragoneses o las irreales Bárdenas navarras para luego salir disparada de nuevo rumbo hacia el espacio infinito. Luego, me quedaba traspuesto y dormía hasta que hubiera la siguiente avería o el siempre inoportuno -me hago pis- por parte de cualquiera de nosotros.
Las mismas escenas se repetían, incluso con más disgustos por parte de mi madre, en la vuelta a casa y cada vez que cogíamos el coche y viajábamos todos juntos por la entonces para mí inagotable geografía española.
David Bowie, Pink Floyd e incluso  Génesis  son parte de los grupos que entonces escuchaba mi hermano y que pasaron a formar parte de mis gustos musicales. Ahora, con el aire acondicionado no muy fuerte, voy escuchando a quien sea, el volumen del CD se baja por momentos y la otra voz que viaja conmigo, impersonal y fría de una mujer que no conoceré, me indica que la salida está a quinientos metros. Entonces  me gusta mirar por el retrovisor y observar la inexistente batalla que tiene lugar en los asientos de atrás entre los hijos que no tengo, y a veces sin darme cuenta me sorprendo canturreando el triki-triki-triki-mon amour con una sonrisa en la boca blanda y nostálgica.

 

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Para escuchar los temas del 850 os dejo estos vídeos:

 

 

 

 

 

 

 Y por supuesto:

 

Un comentario sobre “Primeros viajes. España

    Soraya escribió:
    1 enero, 2016 en 6:34 pm

    Me ha encantado, incluso trasladado a mi propia infancia

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