Fe, Esperanza y Paraíso. Birmania

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Tres monjes vuelan

Fe

Parecía que no fuera a acabar nunca. Los monjes llegaban por millares desde los monasterios de toda la región, subidos en destartalados autobuses o en camionetas a punto de reventar de tanto peso. Les abandonaban en una especie de explanada a las afueras del pueblo en la que tenían que sortear la basura que, obscenamente, salía de cientos de bolsas de plástico negro igualmente reventadas. Después se unían a la cola de peregrinación que se había formado esa mañana en dirección a las Pagodas. Al pasar por el pueblo las gentes lanzaban flores a su paso, y les ofrecían arroz y otras ofrendas. Desde mi posición podía ver cómo la carretera se había convertido en un camino multicolor que hubiera sido inmaculado de no ser por los camiones que seguían pasando inclementes, ajenos o no, a las salpicaduras que provocaban y que destrozaban los delicados lotos y jacintos. Por allí miles de monjes caminaban a  paso lento,  descalzos, algunos con solo unos pétalos de flor pegados en sus pies y pantorrillas, que ahora aparecían cubiertos de barro seco en señal de su fragilidad y mortalidad. Si llovía y abrían sus enormes sombrillas color azafrán la interminable serpiente que creaban sus figuras se convertía en un espectáculo hipnótico. Nada les detenía. Ni tampoco a los fieles que les acompañaban quienes cargaban con enormes cestas en las que depositaban el arroz cuando las escudillas se llenaban. Era una secuencia infinita de rostros serenos pero inescrutables. Rostros serios los de mediana edad y más sonrientes entre los monjes ancianos y monjes niños, miles, en una secuencia repetida e igual desde siglos atrás y, excepto  por los camiones y las bocinas, el mismo barro, el mismo arroz, la misma convicción.burma 1055

Inesperadamente los cuerpos se detuvieron. Mis ojos se movieron siguiendo la formación y giré ligeramente la cabeza hacía la derecha. Mi vista se detuvo: un pequeño monje yacía en el suelo. El agotamiento había podido más que la fe de sus pequeños cinco años.  Uno de los fieles le tomó en brazos y me pareció oírle cantar una especie de nana. ¿Qué le cantaría? Para cuando terminó, Buda ya se había puesto de nuevo en movimiento.

 

Esperanza

Cuando el 30 de mayo de 1962 nació Tun Tun Oo solo habían pasado tres meses desde que el golpe de estado del general Ne Win frenara cualquier esperanza de estabilidad para la independiente nación birmana. Creció en una aldea a orillas del  Ayeyarwady, entre las redes de pesca  y en una choza que casi todos los años las crecidas del río se llevaban por delante y había que construir de nuevo después de las lluvias. De niño  no conocía más que el pueblo  y otras  aldeas vecinas, todo era suficiente porque allí lo tenía todo. El todo era verde, ocre y pagodas doradas. A veces, entre tanta monotonía, aparecían en el río barcazas con hombres vestidos de uniforme, entonces sus padres susurraban, al igual que cuando los padres de alguno de los niños de las orillas desaparecían. A veces por las noches le despertaban algunos gritos y lamentos lejanos. No recuerda haber oído disparos durante su infancia. Cuando se hizo joven  empezó a comprender los motivos del tono bajo con el que hablaban sus padres y hermanos, el significado de algunas miradas y el valor de no decir nada. Creció también entre esos silencios. ¿En qué momento cambió y dejó de ser otro niño más, destinado a ser lo que habían sido siempre? Para humillación de su familia decidió que la vida de esa orilla se le quedaba estrecha. La idea de tener que reconstruir la casa año tras año, el ambiente de pobreza, el permanente olor a pescado seco y las conversaciones veladas no iban con su carácter. Tenía que dejar atrás esa sumisión que le habían inculcado. Un día más tarde de cumplir los 16 se alistó en el ejército con el firme propósito de salir de todo aquello, no importaba a quien tuviera que llevarse por delante, ¿acaso no  lo hacían las aguas del río? Los siguientes años fueron de férrea disciplina, un ejercicio diario de aniquilar cualquier duda o de cuestionar el  sinsentido de tanta represión y crueldad hacia los suyos. Vivió los primeros años convencido de estar en el lado correcto,  con la serenidad de espíritu que te concede el poder, ajeno al dolor, la pobreza y al silencio en los que había crecido.

¿Qué le pasó a Tun Tun Oo en el verano del 88? El día 8 de agosto de ese año las revueltas encabezadas por estudiantes, monjes, mujeres y niños volvieron más naranja y roja a Yangón. La orden de la Junta no era nueva: acabar con la sublevación fuese como fuese. Salió del cuartel sin ninguna duda de lo que estaba haciendo. El monzón se puso de parte de la protesta y pese a ser un día negro y oscuro no llegó a llover. Le ordenaron que se dirigiera a U Wisara Road y, desde allí,  se sintió por primera vez observado por la Sagrada  Shwegadon.  Aquel día no pudo disparar, no hubo ninguna señal, nada extraordinario que le hiciera ver la crueldad de sus actos. Todo lo era: la cúpula de la estupa dorada entre el cielo negro, las capas bermellón  de los monjes, las coletas infantiles y el olor dulzón fruto de la exaltación de los estudiantes. No iba a ser fácil dejar el ejército. Ojos inocentes, en  los que no había querido pensar hasta ese momento, parecían de pronto mirarle con incomprensión y pena. Creyó ver en algunos de ellos un destello de misericordia, suficiente para cambiar su rígido uniforme por un liberador hábito azafrán. Le acusarían de traición pero lo que la junta militar le tenía reservado no era comparable al desprecio que sintió hacía si mismo durante los siguientes años.

Myanmar 1326 Verano de 2012. Estoy sentada con Tun Tun Oo en U Bein, el puente de  teca que atraviesa el lago Taungthaman.  Ha estado ojeando con interés el  The Guardian que hace unos días cogí en el avión  y había dejado olvidado en mi mochila. Su historia me ha dejado conmovida. No puedo imaginar a este bhikkhu  curioso y sonriente, con un atuendo militar disparando a nadie. Me ha contado su historia sin casi cambiar el gesto, en un tono que no revela miedo, solo dolor y solo de vez en cuando ha cerrado los ojos como evitando verse a sí mismo. El sol comienza a ponerse y las aguas del Taungthaman pasan del plata al negro, presagiando la despedida. Antes de irme me invita a meditar esa noche con ellos y me escribe en pyu lo que supongo es el nombre y dirección de su templo en Amarapura. Quedo en pasarme y nos despedimos con un hasta luego que no llego a cumplir. Las prisas, el calor, el cansancio, me sirven de excusa para no ir. Luego me olvido, hasta que el otro día, entre las páginas de la Lonely Planet,  encuentro un recorte de periódico: The Guardian, wednesday 08/08/2012 . နဂါးရုံဘုရား. y deseo haber estado allí, que Tun Tun Oo pueda haberse perdonado.

Paraíso

Llegué empapada. Dejé la bici bajo uno de los tejados ,un gesto inútil por mi parte, y entré. Caía una de esas lluvias torrenciales del monzón y fue una suerte que aquel monasterio estuviera cerca.Uno pequeño, sin aparente interés. Nada de grabados ni de filigranas vistosas, otro templo más a las orillas del lago Inle. En uno de los laterales tres monjes conversaban sentados en el suelo de madera. Estaba deteriorado y aparte del altar, que albergaba a un Buda modesto, no había nada. Cerca de ellos apoyado en una columna había un cuarto monje al que apenas se le veía. Supuse que era un monje por su ropa y figura pero en realidad podía haber sido solo un amasijo de ropas amontonadas. Una vez abiertas las puertas dudé, siempre me pasaba, como si una corriente de vergüenza me recorriera al estar violando con mi presencia un lugar sagrado. Desde el umbral, incliné la cabeza tratando de ganarme su respeto y bienvenida ,y di unos pasos. Habría dado igual. Daba la impresión de que no habían notado mi presencia, seguían hablando entre ellos en un tono normal y relajado. Me di cuenta entonces de que estaba dejando un charco sobre la madera muerta y desgastada y, lo que era peor aún, que no me había descalzado. Retrocedí, me quité las sandalias y volví a entrar. Esa vez me indicaron con un gesto que me acercara y me sentaran con ellos. Eran tres monjes viejos. No hablaban inglés y yo no hablaba birmano. No parecía importarles esa incomunicación absoluta, ellos en birmano y yo en inglés, dando por sentado que el inglés les sería más conocido  o por esa tonta inercia que nos hace hablar en ese idioma como si de una llave maestra se tratara. Les empecé a hablar en español. Daba la impresión de que se trataba de una conversación real donde respetábamos nuestro turnos como si supiéramos qué nos estábamos contando.Primero me hablaron ellos, cordiales y sonrientes en algunos momentos y serios y solemnes en otros, ¿qué me dirían? Después llegó mi turno y tras una breve presentación les expuse las verdaderas razones que me habían llevado a visitar Birmania. Me escucharon con interés y yo les conté: años antes, en una tarde ardiente en la lejana Jaisalmer, alguien nos habló de la fascinante historia de los monjes voladores birmanos, de cómo los buscaron por caminos perdidos en selvas y de las estupas doradas que resplandecían en ellas. De  hombres y mujeres elegantemente ataviados con longyis cantando mantras budistas, de campesinas con caras amarillentas subidas en carros tirados por bueyes, de ríos vivientes que te conducían a civilizaciones perdidas y olvidadas, de una brutal dictadura y de una mujer brava y pacífica, símbolo de la resistencia birmana. ¿Cómo no querer ir después de oír contar tanto prodigio? El cuarto monje había seguido apoyado majestuosamente contra la columna sin decir nada, totalmente ausente a nosotros. Cuando terminé mi historia, muchísimo más larga que la que cuento ahora, los tres monjes  se quedaron en silencio sin mirarme. El otro monje se movió,  descubrió intencionadamente su  cara  y pude ver el rostro de un joven mirándome a través de unos ojos de viejo. Era perturbador. Aquella mirada y ojos pertenecían a un anciano pero el resto de la cara era la de un adolescente. Perturbador, hermoso y reconfortante a la vez.

Un hombre entró y el monje se cubrió de nuevo por completo. A los pocos minutos estaba sentado con nosotros. Hablaba un buen inglés y me agradeció poder practicarlo conmigo. Me contó que se le había estropeado la moto y por eso entró al templo. Se ofreció a hacer de traductor.  Los monjes y él hablaban de la mala calidad de las motos chinas, de los accidentes mortales que provocaban, de que eran baratas y mucha gente podía comprar una, pero que las rusas eran mejores, que China, desde que había despegado económicamente, llenaba el país de productos de baja calidad. También me dijo, sin darle mayor importancia, que el anciano de la columna se estaba muriendo y que estaban allí para acompañarle en su muerte inminente. «¿Anciano?», pregunté yo, «parece un joven viejo», y el hombre se encogió de hombros. Siguieron hablando de motores chinos, de frenos y ruedas, del aumento de los precios del combustible. Le dije que no quería que me tradujera nada más, que sólo quería quedarme allí con ellos sentada escuchando palabras que para mí no decían nada.  No recuerdo estar pensando en nada, seguía oyendo la lluvia y  pedí permiso para sentarme al otro lado de la columna que ocupaba el monje. Los tres monjes asintieron. Me pareció que había dejado de llover. Me situé de espaldas al monje, estiré mi espalda, cerré los ojos y empecé a susurrar: padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad…

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La ruta:   Yangon. Bago. Kalaw (trekking)  Pindaya. Lago Inle y alrededores (trekking y bici). Mandalay. Amarapura, Sagaing & Inwa. Mingun. Monte Popa. Bagan. Yangon.

Duración del viaje:  15 días. Agosto 2012 burma 180

Medios de transporte: autobús público, barco, coche privado.

Blogs y links de interés:

https://www.conmochila.com/tres-dias-de-trekking-en-myanmar-desde-kalaw-al-lago-inle

http://www.viajaporlibre.com/blog/myanmar-la-autentica-maravilla-de-bagan/

http://www.elrincondesele.com/que-ver-hacer-lago-inle-myanmar-birmania/

http://www.vietnamitasenmadrid.com/myanmar/puente-u-bein.html

http://www.mipaseoporelmundo.com/amarapura-inwa-y-sagaing-tesoros-desde-mandalay/

https://www.anamoralesblog.com/la-magia-de-mingun/

https://elviajero.elpais.com/elviajero/2014/07/28/actualidad/1406498568_858057.html

Literatura sobre el país:  

http://www.vertierra.com/blog/ocho-lecturas-imprescindibles-para-viajar-a-myanmar/

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Un comentario sobre “Fe, Esperanza y Paraíso. Birmania

    Roy De Mur escribió:
    20 diciembre, 2018 en 6:01 pm

    De este relato, más quiero.

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