Libres en Ton Sai Bay. Tailandia

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Firmes en el brillo del sol

Años después sobrevolaba el océano índico mirando por la ventanilla, treinta mil pies de altura, nubes densas y espacios abiertos de un azul eléctrico como única compañía. Volvía de nuevo a Tailandia con la plena seguridad de que todo habría cambiado, al igual que lo había hecho yo, como sin duda lo habrían hecho todos ellos, aunque esto último no tenía manera de saberlo.

En algún momento no específico todo se había empezado a diluir, se espaciaron los mensajes y todos incumplimos la promesa de volver a vernos. Nada fuera de la norma: diferentes ciudades, diferentes obligaciones. De la generosidad del desconocido que nos había reunido, no quedaba nada una vez que decidimos tomar aquel avión de vuelta.

Años antes nos habíamos encontrado en Tonsai, náufragos todos nosotros de algunas experiencias vitales de mayor o menor importancia. Con ganas de pasarlo bien y de no hacer muchas preguntas, con el tiempo justo para conocernos , dar lo mejor de nosotros mismos y no defraudar a nadie. Un juego de seducción perfecto en el mejor lugar posible. Todo a favor. Habíamos llegado hasta allí atraídos por la idea de que la única forma posible de llegar y salir de esa bahía era en uno de los long tail boat tradicionales, huyendo de ese modo de las caóticas ciudades y la masificación hotelera de otras playas. Palmeras, monos, mochileros de diseño, post-hippies, escupidores de fuego y escaladores. El coral muerto bajo las aguas, la única cosa visible que nos recordaba nuestra inevitable mortalidad. El plancton luminoso y las Nubes de Magallanes, que no llegamos a ver, las dos cosas que nos recordaban que siempre había que mantener la esperanza para encontrar la eternidad.

Llevaba un par de días allí cuando, de manera casual, terminamos por compartir la única mesa que quedaba. No pasó mucho tiempo hasta que las botellas verdes empezaron a acumularse, los paquetes de tabaco se compartieron y  la conversación perdió sentido a medida que nuestras risas resonaban en el chill out del decrépito resort y, de pronto, me di cuenta de que había sucedido: ese momento en el que quieres permanecer, en el que no te importa quien seas ni quien sea el otro, en el que se establece la armonía del aquí, del ahora y deja de existir todo lo demás. Alguien propuso salir de la playa y acercarnos hasta el pequeño poblado que había en la ladera de la montaña. Más barato, más de verdad y por encima de todo, más tentador. Todavía no sabíamos nuestros nombres al llegar. Alguien dijo: “esto es como el Bronx”. Al día siguiente liquidamos cuentas en el viejo resort y nos instalamos en el pueblo, en una destartalada cabaña donde por fin nos pusimos nombre y en la que casi nunca nadie habló muy en serio de si mismo.  Mañanas de playa, snorkel y resaca. Atardeceres en soledad. Noches de experimentación introspectiva, lunas alucinógenas, de cócteles mal hechos y de personajes ajenos a nosotros que, llegaban a la playa con prisas, y eran fácilmente sustituibles al día siguiente.

Alguien dijo: “nos quedan 21 horas de estar juntos”. “Todo el tiempo del mundo” respondí yo sin mucho convencimiento. Días atrás alguien había propuesto: “¿Nos quedamos?” Todos asentimos, cerveza en mano, con las olas del mar salpicando nuestros cuerpos, el salvaje viento del este llevándose lo que quedaba de nuestras miserias, bañados por el sol del atardecer en la proa de un barco, sin hablar, dejando atrás unas Phi Phi de postal, viendo como los acantilados majestuosos de Krabi y la tierra prometida de Tonsai se iba acercando a nosotros.

Aterricé en Phuket, tomé un ferry y cuando anochecía llegué, más fácilmente de lo que creía, hasta Tonsai. Me gustó comprobar que ese trozo de costa no hubiera cambiado mucho. El resort seguía allí, desconchado pero firme. Viajeros en busca de un paraíso que ya habrían visto en numerosas búsquedas por Google, desembarcaban. Me pareció ver a algunos de los habitantes permanentes: rastas reconocibles y mujeres musulmanas que nos habían hecho aún la vida más fácil cuando estuvimos allí. Nadie me reconoció, solo me sonrieron y siguieron su camino. Me senté en una de las cuevas y me abrí una Chang. El sabor y la sensación de la botella mojada en mi mano me hicieron recordar muchas cosas. Sonreí. Respiré hondo, ignoré el cansancio una vez más, y me dirigí hacia nuestra cabaña. Ya no estaba. En su lugar, un bar de dudosa higiene anunciaba batidos y otras bebidas adornadas con hongos de colores imposibles. Un grupo variopinto de españoles le gritaba a una especie de chamán reconvertido en barman: “truco, truco, truco”. No me lo pensé dos veces. Un momento después me hicieron un hueco entre ellos y nos quedamos contemplando como se sucedía la magia.

                                           «A mis desconocidos  amigos que inspiraron este relato,                                                     sin los que ninguno de los trucos hubieran funcionado»

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La canción, que en mi viaje de vuelta, puso la música y dio título al relato:

 

La ruta: Noviembre 2018 (15 días)  Bangkok- Ayutthaya-Sukhotai- Chiang Mai-Chian Rai- Tonsai.

A tener en cuenta, si viajas en noviembre,  la festividad del Loy Kratong y Yee Peng. Para saber más a cerca de estas celebraciones: https://mochilerosentailandia.com/2014/10/loy-krathong/

Hostel recomendados: Ayuttaya: 1301 Hostel; Chiang Mai: 248 Street Hostel; Chiang Rai: Stay In Chiang Rai; Tonsai: Tonsai Bay Resort.

Agencia local para hacer trekking en la zona de Chiang Rai: http://www.lannatrek.com/

 

 

 

 

 

 

 

 

5 comentarios sobre “Libres en Ton Sai Bay. Tailandia

    Joan escribió:
    15 diciembre, 2018 en 1:48 pm

    Magníficos relatos

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    Pablo escribió:
    15 diciembre, 2018 en 2:28 pm

    Más allá de «nuestro’ hogar, de «nuestra» gente… en lugares lejanos y con personas desconocidas. Fuera de la cotidianidad, Ligeros. También nos encontramos, quizás más facilmente.
    Precioso relato, gracias.

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    Roy De Mur escribió:
    16 diciembre, 2018 en 7:56 pm

    Me gustan mucho el relato. Y la descripción de los hongos con colores imposibles, me ha hecho rememorar unas vacaciones a Australia. Muchas gracias por compartir, tanto la experiencia, como las diferentes instalaciones.
    Asombroso. Realmente asombroso.

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    Anónimo escribió:
    25 febrero, 2020 en 10:43 am

    Genial, muy evocador y mágico, dan ganas de acercarse a descubrir ese increíble lugar…TRUCO, TRUCO, TRUCO 🙂

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      marcopolomiente respondido:
      25 febrero, 2020 en 11:18 am

      Gracias por tu comentario Anónimo. Lo es, un lugar especial, gracias a los seres especiales y espaciales con los que los compartí.

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