Un lugar en Borneo. Indonesia
Mas allá del mar de Java
Despertó ya en el suelo. El reloj marcaba la una y doce minutos de la madrugada. Los chillidos llegaron mezclados con la alarma del barco, un sonido estridente que no cesaba. No podía ponerse en pie y estaba aturdido pero no tanto como para no darse cuenta de la gravedad del momento. Alguien tiró de él y pudo incorporarse. No tuvo tiempo de agradecérselo porque ya estaba corriendo hacia la cubierta. Tampoco pudo verle la cara.
– Jusuf, Jusuf- iba gritando sin detenerse y sin mirar hacía ningún lado. No podía apartar la mirada del suelo. Jusuf era el amigo que dormía junto con él en el salón de segunda clase. No le veía, no le había visto al despertar ni le veía correr ahora.
En la huida pisó el brazo desnudo de una mujer que estaba muerta. Casi tropezó y, de no haber sido porque pudo agarrarse al pomo de una puerta, se habría caído. Llegó a unas escaleras cuando el agua ya les estaba alcanzando y de nuevo una mano tiró de él. Siguió corriendo. De pronto se encontró en el mar nadando sin ser consciente de si había saltado o le habían empujado. Todavía la sirena del barco no podía callar las voces de la gente. Pasados unos minutos sólo escucho los gritos pero no podía ver a nadie. Lo que vio luego nunca supo muy bien cómo describirlo.
A la tormenta le siguió un sol vengador y una soledad eterna en el mar de Java. Pasados un par de días invocó el nombre de Alá y poco tiempo después una fina lluvia humedeció su rostro. Estiró el cuello y abrió la boca tratando de beber todo lo posible. Había olvidado muchos de los versos que de pronto se agolpaban sin sentido en su mente. Intentó ponerlos en orden buscando la manera de agradecerle la lluvia, pero no lograba ordenar una oración que lo hiciera. Después no pensó en nada y siguió bebiendo. Los dos días anteriores había rechazado al Dios que había permitido que viera como todos se ahogaban en un mar embravecido. El mismo debería haber muerto. Los gritos, el frio, los gritos, el frio, los gritos, el frio, los gritos. De no haber sido por una pieza que flotaba hacía él cuando ya no le quedaban más fuerzas para continuar nadando estaría muerto. 
Y lo estuvo. Durante cuatro días lloraron su pérdida, le buscaron, apareció su nombre en varios periódicos, en emisoras de radio y pasó desapercibido entre los cientos de nombres de muertos y desaparecidos. Sólo los suyos rezaban por él llamándole por su nombre.
Nadie creyó que hubiera sobrevivido durante esos días amarrado a un trozo de madera. Le salvó eso y las lluvias pero sobre toda la suerte. Pudo haber sido cualquier otro pero había sido él. Ni siquiera lo estaban buscando vivo. Su foto apareció en todos los medios de comunicación de Indonesia y en los televisores y ordenadores de medio mundo. Le respetaron el poco tiempo que tardaron en verificar que se encontraba bien, y lo convirtieron en una estrella mediática, en un triunfo del gobierno, en un milagro de Alá.
Pasadas unas semanas se adentró en las selvas del Sur de Borneo,buscando la paz y el anonimato que había perdido después del naufragio. Era allí hacía donde se dirigían Jusuf y él aquella noche. Se subió al klotok y en cuanto dejaron el gran río Kumai y se metieron por el pequeño Sekonyer algo cambió dentro de él. La vegetación se fue haciendo más densa, enormes mariposas blancas les salían al paso. Los gibones y langures eran más esquivos pero a los monos narigudos les podía la curiosidad por saber quienes eran aquellas gentes. Ya en tierra, al internarse en la selva, pudo ver como de las ramas de los árboles, agitadas con violencia, se asomaban presa del pánico o de una inquietante inocencia unos animales que le parecieron los más sublimes de todos. Una tormenta repentina volvió a ocultarlos. De nuevo estiró el cuello y bebió hasta que la tormenta pasó. De entre las hojas apareció un confiado orangután que, sin que pudiera explicar cómo, le miraba. Aquellos ojos le estremecieron. No podía regresar. No lo quería tampoco. Hasta el día de hoy sigue viviendo en esas selvas.
1 enero, 2016 en 6:11 pm
Maravillosas fotos.
Me gustaMe gusta